Hoy, en este Lunes de Pascua, nos levantamos de nuestro descanso con el anuncio de la muerte de nuestro Santo Padre, el Papa Francisco. Este santo hombre nos condujo a la esencia de nuestra fe, al corazón de Dios. Su legado es guiarnos siempre, como Cristo lo hace por nosotros, como aboga nuestra Santísima Madre, como ofrecen todos los santos, el tesoro del amor de Dios. Su reto para nosotros fue buscar las cosas de arriba, no de esta tierra. Una y otra vez, nos llamó a escucharnos unos a otros, a abrir los ojos a la dignidad y la sacralidad de cada persona, a amarnos unos a otros como Jesús nos ama. Nos pidió ser instrumentos de la Paz del Señor, no desde una perspectiva terrenal, sino desde el perdón extraordinario que sana las heridas y apacigua las penas.
Ahora, al orar por el descanso de su alma, también pedimos a Dios que nos guíe para extender su tierna misericordia unos a otros. Oramos para que caminemos como peregrinos de esperanza en el Señor todos nuestros días. Que seamos transformados, como oró el Papa Francisco, en incansables cultivadores de la semilla del Evangelio, para que el cielo y la tierra se conviertan en uno.
Muchos de ustedes se preguntarán: “¿Qué sigue?”. Sugiero lo que el Papa Francisco diría: “No lloren por mí. No se demoren en la obra del Señor; más bien, vayan y sean Cristo los unos para los otros”.
Concédele, Señor, el descanso eterno y que brille para él la luz perpetua. Que su alma y la de todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz. Amén.