Miren cuánto nos ama Dios el Padre, que se nos puede llamar hijos de Dios, y lo somos.
1 Juan 3, 1
Mis hermanas y hermanos en Cristo:
San Juan nos recuerda que somos amados. Nos habla del amor indeleble del Padre que nos ofrece a través de Su Hijo que vino a vivir entre nosotros para que podamos ser llamados Sus hijos. Nos proclama que somos santos. Dios nos honra como sagrados, a través, con y en Él. Si estamos en relación con Dios, entonces no podemos dejar de mostrar el rostro de Dios en todo lo que hacemos. Traemos a Su Hijo para siempre a este mundo por nuestro amor a Dios. Realmente Él ha resucitado.
¿En quién piensas cuando escuchas la palabra, santo? A menudo, pensamos en otra persona, un santo o alguien cercano a nosotros. La santidad es reconocer la presencia del Espíritu en un individuo. El bautismo afirma que una persona está llena del Espíritu. La comunidad de fe a la que habla San Juan reconoce el don del Espíritu Santo y el gran amor de Dios que trasciende su vida diaria, sin importar las dificultades, encrucijadas o incertidumbres. Cuando escuches la palabra, santo, ¡piensa en ti!
El Papa Francisco, en su exhortación, Gaudete et Exultate, escribe sobre los signos de santidad en nuestra vida diaria: “La primera de estas grandes notas es estar centrado, firme en torno a Dios que ama y que sostiene. Desde esa firmeza interior es posible aguantar, soportar las contrariedades, los vaivenes de la vida, y también las agresiones de los demás, sus infidelidades y defectos: «Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?» (Rm 8,31). Esto es fuente de la paz que se expresa en las actitudes de un santo. A partir de tal solidez interior, el testimonio de santidad, en nuestro mundo acelerado, voluble y agresivo, está hecho de paciencia y constancia en el bien. Es la fidelidad del amor, porque quien se apoya en Dios (pistis) también puede ser fiel frente a los hermanos (pistós), no los abandona en los malos momentos, no se deja llevar por su ansiedad y se mantiene al lado de los demás aun cuando eso no le brinde satisfacciones inmediatas.”
A través de nuestro Bautismo, estamos llamados a ser santos todos los días de nuestra vida. Esto significa que estamos llamados a amar y servir a Dios en todo momento; para ser el lenguaje de Su Palabra en todo lo que hacemos, desde el momento en que nos levantamos a nuestras actividades diarias, incluso poner nuestro descanso al cuidado del Señor. Jesús nos enseñó a ser santos. Nos enseñó a orar en todos los asuntos. Él se dirigió a hablar con el Padre antes de salir a predicar o a curar a los enfermos o a visitar familia. En cada momento que vivió en esta tierra, estaba en oración al Padre por nosotros. En su último aliento, nos ofreció el perdón con el mayor amor. Jesús está familiarizado con las luchas de la vida. Nos saca de las tinieblas con gentil bondad.
Llámate a ti mismo y a los demás santos. Salúdense unos a otros en el nombre del Señor. Mírate a ti mismo y a los demás por lo que son, hechos con Amor Divino. Cuán fragante podría ser nuestra vida diaria incensada por esa santidad. Extiende la mano a alguien que necesite ser levantado; envía un texto de oración en lugar de consternación; tómate un “selfie” sonriendo y envíalo a un miembro de la familia. Recuerda a los muertos con una visita u oración. Haz una donación a Caridades Católicas de Florida Central u ofrece tu tiempo a uno de los ministerios de tu parroquia. Llama a un feligrés que no hayas visto recientemente en la celebración de la Misa. Ora por tus enemigos. Todas las formas de oración pueden ser la levadura con la que Jesús compara el Reino. Participa en la celebración de la Misa y recibe la santa Eucaristía, el pan del cielo. Conviértete en Quien recibes.
Amados, ahora somos hijos de Dios. Vayamos en paz, glorificando al Señor con nuestra vida.