Dios no mira como mira el hombre; porque el hombre ve las apariencias, pero Dios ve el corazón.
1 Samuel 16:7
Hermanas y Hermanos en Cristo,
“No te arranques la costra de la herida”, dijo mi madre. Así mantendría la herida cubierta, protegida y esterilizada del mundo exterior. La costra ayuda a que la herida sane. En ocasiones, cuando no estamos reconciliados con Dios, tendemos a “arrancarnos la costra” y así continuamos abriendo la herida y sacamos a relucir algo por lo cual ya antes habíamos ofrecido un perdón, pero sin intención. Hay veces en que repetimos lo que los demás dicen y promovemos falsas enseñanzas porque no discernimos en oración lo que escuchamos, tomando en cuenta las enseñanzas de la iglesia. Al contrario, simplemente confiamos en lo que un amigo predica y repetimos aquellas palabras.
Todas estas cosas – y estoy seguro de que, haciendo una autorreflexión, usted podría nombrar otras – nos alejan de Dios. En lugar de ofrecer sanación a este mundo, continuamos sembrando discordia. En lugar de ofrecer la unidad de Cristo, nuestros descontentos dividen a nuestras familias, amigos, el trabajo y otras relaciones. En lugar de completamente extender una mano, nos ofrecemos un puño los unos a otros.
¿Cómo nos acercamos a Dios? Mientras oramos y hacemos abstinencia durante la época de la Cuaresma, aumentamos nuestra espiritualidad interior y curamos la división entre nosotros y Dios. Ofrecemos nuestro corazón a Dios. Pero esto no lo podemos lograr solos: Necesitamos los Sacramentos para nuestro sustento espiritual y para que tengamos la fuerza y el coraje de abandonar nuestros pecados – para así dejar de arrancarnos la costra. La participación en el Sacramento de la Penitencia nos ayuda a sobrellevar nuestras dificultades con Dios y a ser perdonados al presentarnos ante el Señor con el corazón roto porque hemos permitido dividirnos y ahora deseamos regresar a Él.
El sacramento de la Penitencia es un sacramento de sanación. Por medio de nuestra participación en el Sacramento, logramos reconciliar la distancia entre nosotros y Dios, para sanar esas heridas. Empezamos de nuevo con un espíritu renovado y dispuestos a ser testigos de Él en cada manera posible. Cuando participamos del Sacramento de la Penitencia, ofrecemos un corazón sincero para tratar de comprender lo que le es placentero al Señor: el vivir como hijos de luz. Dios observa nuestros corazones y nos conoce.
El Sacramento de la Eucaristía es el lazo de amor que nos une a Cristo para llevar a cabo su misión de hacer conocer la presencia de Dios en nuestro entorno; un Dios que continúa sufriendo a través de nuestras hermanas y hermanos que padecen de hambre, sed, enfermedad y encarcelación. La Eucaristía Espiritual debe acoger nuestras vidas en su totalidad. Así, nuestros actos de caridad durante la cuaresma se transforman en algo natural en nosotros porque nos convertimos en la levadura de Cristo. Como la levadura, nuestra transformación a través de Cristo, con Cristo y en Cristo no puede empezar y terminar dentro del santuario físico de la iglesia. Al contrario, sacamos a relucir el amor de Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente desde el santuario físico de la iglesia hasta el santuario de la tierra de Dios. Desde el amanecer hasta el descanso de la noche vivimos en Santa Comunión: Con la voluntad de Dios en la tierra como en el cielo. La Caridad de Dios y su amor fluyen desde nuestro corazón hasta llegar a todos.