“Por tanto, amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón,
y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas.
Tomen en serio estas palabras que les ordeno hoy”.
Deuteronomio 6:6
Mis hermanas y hermanos en Cristo:
¿Qué significa amar? Dios nos explica el amor a través de las Escrituras del trigésimo primer domingo del tiempo ordinario. Primero, nos sorprenden las palabras: “¡Escucha, oh Israel!” Dios nos está pidiendo que escuchemos porque nuestros oídos pueden haberse vuelto sordos a Su amor; nuestros ojos cegados por las cosas; nuestros labios incapaces de hablar por Dios. Dios nos dice que el amor no es un momento, sino que requiere todo de nosotros todo el tiempo. No es solo algo a lo que damos crédito el domingo. Dios dice que debemos prestarle atención las 24 horas del día, los 7 días de la semana, los 365 días del año con todo lo que es nuestro: nuestro corazón, nuestra alma, nuestras fuerzas. Él nos pide que tomemos sus palabras en serio, hasta el centro de nuestro ser.
A los israelitas, Dios les habló 10 veces y cada una es un mandato. Dios creó la vida y florece y se multiplica y se cumple en respuesta a Sus diez mandamientos. Dios llama a cada generación a enseñar a la próxima generación acerca de Dios, acerca de Sus mandamientos, acerca de Su amor y cómo Su amor se infunde en toda la creación sobre toda la tierra. Pero, esa difusión de Su amor no sucede sin cada uno de nosotros.
Es un regalo gozoso y una responsabilidad sincera que se nos ofrece. ¿Quién querría estar desconectado de Su amor? Sin embargo, nos desconectamos cuando no participamos en la celebración de la Misa y no recibimos el alimento de Su amor a través de la Eucaristía. Nos desconectamos cuando dejamos de orar o cuando miramos con desdén a los inmigrantes que luchan por entrar a nuestro país o cuando hablamos con odio del prójimo. Nos desconectamos de Dios todo el tiempo. Dios no se desconecta de nosotros. Más bien, Dios grita por nosotros cuando dice: “Escucha, oh Israel”.
Al comenzar la Plegaria Eucarística de la celebración de la Misa, en el Prefacio, damos gracias a Dios por su amor inquebrantable y le decimos cuánto le amamos porque Él es nuestra fortaleza. A lo largo de la historia de la salvación, el pueblo respondió con gratitud cuando el Señor los rescató de una dificultad o les proporcionó seguridad de los enemigos o los libró de algún problema. Al igual que los israelitas, tenemos mucho por lo que estar agradecidos. El Prefacio es nuestra oración colectiva de acción de gracias por el amor de Dios.
San Marcos habla de uno de los escribas que le pregunta a Jesús cuál es el primero de todos los mandamientos y Jesús responde con la Escritura del Libro de Deuteronomio. Jesús podría haberse detenido con esa respuesta. Pero continuó con el Libro de Levítico y une los dos mandamientos, el amor a Dios y el amor al prójimo, diciéndonos que son inseparables y complementarios. No puedes amar a Dios sin tu prójimo, y no puedes amar a tu prójimo sin amar a Dios.
El Papa Francisco dijo: “El mandamiento de amar a Dios y al prójimo es el primero, no porque esté en la parte superior de la lista de mandamientos. Jesús no lo pone en el pináculo sino en el centro, porque es del corazón de donde todo debe salir y al que todo debe volver y referirse”.
Nuestro prójimo, como cada uno de nosotros, está hecho a imagen y semejanza divina. El amor a Dios significa que debemos amar también la imagen y semejanza de Dios en nuestro prójimo. Nuestro prójimo no es un extraño, sino de Dios. ¿No extenderíamos entonces el amor de Dios a nuestro prójimo como lo haríamos con Dios? Jesús le dice audazmente al escriba que no puedes amar a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con tus fuerzas sin amar también a tu prójimo.
Dentro de unos días celebraremos la Solemnidad de Todos los Santos. Estos hombres y mujeres son nuestros ejemplos y guías para amar a Dios y al prójimo. Tómese el tiempo para leer acerca de uno o dos santos y cómo amaron a Dios y lo sirvieron amando a su prójimo. Vea cuán maravillosamente su conexión con Dios floreció en la tierra. Esfuérzate por ser santo, infundiendo cada momento.