Y sean amables unos con otros, compasivos,
perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo.
Sed, pues, imitadores de Dios, como hijos amados, y vivid en el amor,
como Cristo nos amó y se entregó por nosotros
como ofrenda sacrificial a Dios en olor fragante.
Efesios 4:32-5:2
Mis hermanas y hermanos en Cristo:
¡Ya principios de agosto! Para los padres, abuelos o tutores, el comienzo de agosto comienza un “año nuevo” mientras preparamos a nuestros hijos para regresar a la escuela, ya sea católica o pública. Para aquellos niños que asisten a la escuela pública, también estamos registrando a nuestros niños para las clases de Formación en la Fe. San Pablo nos habla de cómo debemos vivir nuestro llamado bautismal – en pensamiento, palabra y acción. La familia es esencial en el plan de Dios para nuestra salvación en Jesús porque la familia es el lugar donde se transmite y se vive nuestra fe católica.
La familia es una comunidad santa y como vivimos “en Cristo”, la familia es la “Iglesia doméstica”. La familia está llamada a buscar hacer el bien en el cumplimiento de su llamado bautismal. Ver a la familia como la Iglesia “en miniatura”, y llamar a la Iglesia misma “familia de Dios”, son ideas que han estado presentes desde los primeros siglos del cristianismo.
San Pablo dice que debemos ser amables unos con otros, vivir en amor. Debemos ponernos en la orden de la caridad. El paso del “amor de Dios” al “amor del prójimo”, comienza con la familia. El Papa Francisco dice que las familias son las “auténticas piedras vivas de la construcción eclesiástica” de la Iglesia. Cada familia extiende el amor de Dios desde su propia comunidad santa a otras que santifican la tierra.
Es a través de la formación que aprendemos a crecer como una familia santa, como una comunidad santa. Esta formación no es algo que suceda por sí solo. Participamos unos con otros en la formación. Madres, padres, abuelos, tías, tíos, tutores, hermanos, hermanas hacen brotar el amor de Dios a través de las oportunidades de formación. La formación no es aquella en la que “dejas” al familiar y te olvidas de él/ella. La formación se teje integralmente en cada estructura familiar para que la casa de Dios se construya a través de la formación de la familia.
Comenzando con una familia, estamos invitados a unirnos en nuestro entendimiento y amor de Dios para que estemos construyendo Su reino en esta tierra. Traemos nuestra singularidad, nacida de Dios, y celebramos la belleza de este don de la vida en todo su esplendor. La Iglesia mira al individuo como miembro de una familia, y a la familia en relación con la sociedad. Por nuestro Bautismo, impregnamos nuestra vida diaria con un “dulce aroma”. La familia tiene una tarea evangelizadora y misionera (CIC 2205).
Padres y tutores, ustedes son los “primeros catequistas” de sus hijos. Enséñenle a sus hijos que la vocación primordial de todo ser humano es conocer, amar y servir a Dios en esta vida, y ser feliz con Él para siempre en la venidera.
¿Cómo seremos imitadores de Dios si no aprendemos acerca de Dios? Así como los niños participan en sus clases, los adultos también participamos y aprendemos con ellos. Tal vez podamos asistir a estudios de las Escrituras o leer y reflexionar sobre documentos de la Iglesia. Así como los niños se nutren con el estudio, nosotros también seguimos aprendiendo acerca de Dios. La celebración de la Misa es nuestro alimento espiritual cuando nos unimos a Cristo que nos amó y se entregó por nosotros como ofrenda sacrificial a Dios. Nosotros con suma humildad nos ofrecemos a Dios y lo recibimos para que podamos llegar a ser lo que recibimos.
Que seamos hijos amados y vivamos en el amor.